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En un país de vasta tradición beisbolística, existen innumerables
obstáculos para que jóvenes adultos puedan mantener vivas sus carreras
Javier
González lleva jugando béisbol de manera organizada ininterrumpidamente desde
los cinco años de edad.
Sin embargo, hoy día, a sus 20 años, se encuentra en una situación
desconocida para él. Por primera vez en quince años, no se encuentra
activo en ninguna de las muchas ligas juveniles de béisbol existentes en Puerto
Rico.
Y no es porque Javier así lo quiera. Sencillamente, se está
enfrentando a la dura realidad que muchos jóvenes de su edad encuentran al
culminar su elegibilidad como jugadores de categorías juveniles.
“Mi plan para esta temporada era jugar como en los pasados años la COLICEBA
Juvenil entre enero y agosto. [No obstante], el equipo en que iba a jugar
ya tenía un jugador de veinte años en la plantilla, así que no tuve la
oportunidad”, comentó Javier, al explicar la razón para su forzada inactividad.
La COLICEBA Juvenil, una de las varias competiciones juveniles en la Isla,
es la única al presente que permite que cada conjunto cuente con un
"refuerzo" de veinte años. En su mayoría, las demás
organizaciones permiten peloteros de hasta 19 años de edad. El resultado
de esto es que casos como el de Javier se conviertan en la norma, más que en la
excepción.
Las circunstancias se complican al tomar en cuenta que el béisbol, al
compararse con otros deportes, es uno que requiere mayor sacrificio, al menos
en lo que se refiere al tiempo y esfuerzo invertido. Por lo general, a
nivel juvenil, los jugadores le dedican cerca de diez meses al año al deporte,
practicando unas dos veces a la semana, y jugando un doble partido en los fines
de semana.
Más aún, la naturaleza imprevisible del béisbol hace de este un deporte
extremadamente particular y en ocasiones hasta incómodo, tanto para los atletas
como para sus padres.
“Contrario a otros deportes que he practicado, como el baloncesto y el
voleibol, en que sabes que un juego durará como mucho un par de horas, el
béisbol se puede extender. En un fin de semana a veces estás como ocho
horas en el parque”, relató el estudiante-atleta en la Universidad de Puerto
Rico en Río Piedras, mencionando la realidad que viven miles de puertorriqueños
semana tras semana.
No es de extrañar, entonces, que muchos jóvenes dejen el béisbol,
voluntaria o involuntariamente, según van asumiendo mayores responsabilidades
en sus vidas, tales como una educación universitaria o un empleo.
El “embudo”
En muchos casos, el factor que determina quienes se mantienen activos en el
béisbol más allá de las categorías juveniles, no es otro que el nivel
competitivo del jugador.
Para Luis “Cano” Rivera Toledo, actualmente representante del interés
público en el Comité Olímpico de Puerto Rico (COPUR), y quien se postuló sin
éxito en el pasado para la presidencia de la Federación de Béisbol de Puerto
Rico, no existen las oportunidades suficientes para que los jóvenes peloteros
prolonguen sus carreras deportivas de la manera que muchos desearían. “El
embudo se va poniendo muy fino…muchos terminan pudiendo jugar el deporte
(solamente) recreativamente y recordando lo que fueron en el pasado”, mencionó
el veterano deportista.
O sea, que para aquellos que no cuentan con la calidad necesaria para jugar
a un nivel de alto rendimiento (como lo serían el béisbol profesional o el
Béisbol Superior Doble A), las opciones se quedan cortas. Aquí entra
nuevamente el factor tiempo, pues muchos peloteros en la etapa
"post-juvenil", no tienen el espacio en sus agendas para entrenar de la
forma que lo exige el nivel profesional o Doble A.
“En mi caso, tendría que decir que las responsabilidades académicas no me
permiten prepararme adecuadamente para competir a un nivel más alto que las
ligas juveniles, no me puedo concentrar al máximo en el deporte”, manifestó
Javier, quien no compite oficialmente desde que finalizó la campaña beisbolera
de la Liga Atlética Interuniversitaria (LAI).
Una solución, que a primera vista luce obvia, sería que se creara una liga
que aceptara, precisamente, a aquellos peloteros que ya no son elegibles en las
categorías juveniles, quizás en una categoría sub-27, como sugirió
Javier. La pregunta es, entonces, qué ente estaría encargado de
organizarla.
Rivera Toledo opina que el hecho de que coexistan tantas organizaciones
reguladoras del béisbol (COLICEBA, Doble A Juvenil, Palomino, Big League,
Connie Mack, entre otras) en Puerto Rico, dificultaría el que se pudiese formar
esta liga. “No existe la estructura, la uniformidad de entrenamiento,
todas esas ligas tienen sus propios métodos de trabajo y calendarios de juego”,
puntualizó.
Gary Vera, dirigente en categorías juveniles por casi tres décadas, y
presidente del Capitanes Youth Baseball Development Program, va un poco
más lejos, al cuestionar los objetivos de dichas organizaciones. “Las
ligas tienen que ser más genuinas y demostrar verdadero interés en ayudar a la
juventud, (después de todo) para eso es el deporte (juvenil)”, sostuvo.
El rol del Estado
Aunque el béisbol es uno de los deportes más populares en Puerto Rico, la
implicación del gobierno en este ha sido mínima. “Llevo ocho años
pidiendo instalaciones deportivas al municipio de San Juan, y hasta el momento,
para mi organización, no ha habido apoyo”, señaló Vera.
Rivera Toledo entiende que el gobierno no sólo debe involucrarse más, sino
ser el agente catalizador desde la “base”, tanto en el béisbol como en los
demás deportes. De esta manera, se perdería la dependencia en los clubes,
organizaciones privadas y en las federaciones para ser los únicos
reguladores. “Así habría menos exclusión en el deporte, aunque esto es
algo que se da desde los tiempos de Aristóteles, a quien una vez le prohibieron
entrar a una competencia de esgrima”, dijo.
Países como China y Japón son algunos de los que han “comprendido” la
importancia de que sea el Estado el responsable de desarrollar la actividad
física. “En sus escuelas ofrecen de dos a tres horas diarias de actividad
física”, afirmó Rivera Toledo.
Desde este punto de vista, luciría como que el gobierno, como parte de su
responsabilidad social, debería hacerse responsable de organizar la mencionada
liga ‘post-juvenil’. El problema es, como dice Rivera Toledo, que en
Puerto Rico la cultura deportiva se acerca mucho más al modelo estadounidense,
que se “recuesta” de los clubes.
La pregunta de quién, cómo y en qué meses del año
una liga ‘post-juvenil’ sería organizada permanece abierta. De lo que no
hay duda es de que la necesidad de ofrecer oportunidades a los jóvenes adultos es
evidente, y formar esta categoría es un paso impostergable. Quizás así,
peloteros como Javier y cientos más, podrán iniciar otra racha de varios años
ininterrumpidos en el deporte que les apasiona, aunque no sepan cuánto tiempo
estarán en el parque semana tras semana.

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