
 
Blanca había ido a tratar de
cortar las líneas del teléfono y telégrafos. Al no poder lograrlo siguió a la
segunda fase de su misión. Fue al hotel River Side Palace, los dueños eran sus
amigos. Miró a su alrededor, vio la bandera de Puerto Rico con la que la
delegación jayuyana había recibido a Don Pedro en 1947, luego de su
encarcelación de diez años. La cogió en sus manos, sintiendo su textura.
Recordó la primera vez que vio a Don Pedro. 
Le faltaba un año por graduarse de trabajo social, cuando asistió a una
conferencia en la universidad dictada por él. Mirando hacia el balcón, no pudo
evitar el recuento en su memoria de todas las reuniones en la casona de su
familia en Coabey, las frecuentes visitas a la casa Albizu Nemeses en Barrio
Obrero. Pensó en la salud del Maestro. Pegó la bandera a su pecho, la abrazó
como cuando una madre va a dejar a su hijo solo por primera vez. Ya en el
balcón miró hacia abajo, los nacionalistas esperando su juramentación, decenas
de personas conglomeradas en la incertidumbre. El corazón se le hinchó de
orgullo. ¡Viva Puerto Rico libre!
 
 
 
          
      
 
  
 
 
 
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